Casi treinta años viendo transcurrir la vida desde su privilegiada ubicación. Tres décadas en las que, poco a poco, ha pasado de ser la estatua de esa niña obesa con una historia desafortunada a convertirse en uno de los símbolos más reconocibles de la ciudad de Avilés.
Y es que, como decimos, faltan apenas tres años para que La Monstrua de Avilés celebre el 30 aniversario de su instalación en la calle Carreño Miranda del marinero barrio de Sabugo. Este monumento fue una donación al Ayuntamiento de la empresa ‘Palacio de Avilés’, el conocido hotel de cinco estrellas que pertenece a la familia Antuña García-Fonteríz y que propuso al artista Amado González Hevia ‘Favila’ homenajear la figura del avilesino Juan Carreño Miranda, famoso pintor de la corte de Carlos II. “No me apetecía hacer un retrato de Carreño. Se me ocurrió que podría ser ‘La Monstrua’. Se lo propuse tanto a la empresa como al Ayuntamiento, que cedía el espacio, y me dieron su conformidad. Creo que se complementa muy bien con la que hizo mi maestro Santarúa delante del palacio de Camposagrado y con el mural de Ramón Rodríguez de detrás”, recuerda de todo aquello Favila.
Pero hagamos un inciso: ¿quién era La Monstrua? Eugenia Martínez Vallejo –tal era su nombre- había nacido en Bárcena de Pienza, pedanía de la Merindad de Montija, en la provincia de Burgos en 1674. Debido a un problema congénito y según crónicas de la época, con seis años pesaba ya 70 kilos y sus padres la mantenían oculta para evitar las burlas de la gente. Aún así, su existencia llegó a oídos del monarca Carlos II, que la llamó para que formara parte de los bufones de palacio.
Tuvo pues Eugenia una triste vida, dedicada al divertimento de la corte real y convirtiéndose en un personaje tan conocido por su robustez que la población le añadió el cruel sobrenombre de “la niña monstruo de los Austrias”. En 1680 Juan Carreño de Miranda, pintor de cámara del rey, realizó por expresa orden de Carlos II los dos retratos por los que más conocemos a Eugenia: ‘La Monstrua vestida’ y ‘La Monstrua desnuda’, que actualmente se conservan en el Museo Nacional del Prado. Hoy en día sabemos que la obesidad mórbida, el hambre insaciable, el ligero estrabismo y otros trastornos que sufrió Eugenia podrían ser síntomas del síndrome de Prader-Willi, una enfermedad genética que la llevó a la muerte con tan solo veinticinco años.
Pero volviendo al presente, ‘La Monstrua’ de Favila es mucho más que esa reconocida estatua de bronce que mira impertérrita al frente. Inspiración para numerosos artistas, punto de encuentro de varias generaciones de avilesinos, imagen de nuestra ciudad e incluso una forma de reconocimiento hacia aquellas personas cuyas patologías les llevaban a ser objeto de burla, fruto de una época cruel y nada amable con los que eran diferentes a la norma. Hoy Eugenia luce orgullosa en nuestras calles agarrando su manzana, tan orgulloso como el creador que le dio forma, consciente de lo que La Monstrua significa para la ciudad.
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