Preguntar por la Confitería Galé a los ciudadanos de Avilés que, ya con cierta edad, tuvieron el privilegio de saborearla es sinónimo de evocar un recuerdo dulce y, si nos permiten el juego de palabras, un dulce recuerdo.
Y si no, hagan la prueba y pregunten por sus recetas más recordadas: las pumariegas, dedicadas al escritor avilesino Julio Pumariega, los bollos de Pascua de Avilés, los turrones, el queso de almendra-que ni siquiera era un queso, sino que se trataba de un postre de almendra y yema- o sus tan añoradas medialunas, término que el invasor croissant francés se ocupó de sustituir en nuestro país, aunque el tamaño original de uno y de otro, entre más detalles, no fuese similar.
Hablando de Francia, el propio Manuel Galé, confesó que su padre, fundador de la primera confitería gourmet de Avilés, había viajado a Paris donde adquirió técnicas y recetas que trajo a su negocio poniéndolas a disposición de los afortunados avilesinos de entonces.
Lo cierto es que las medialunas de Galé, como todas sus especialidades, crujientes por fuera y cuyo interior se deshacía en la boca, tuvieron la suerte de poderse elaborar en una época en la que había menos tecnología y más mano artesana con lo que tratar de compararlas con cualquier otra versión actual puede ser, cuanto menos arriesgado. Salvo que se tenga acceso al secreto mejor guardado…
Si ya anunciábamos que, en nuestro brunch, entre otros bocados deliciosos, se pueden degustar nuestras empanadas inspiradas en la receta de Galé, ahora nos complace compartir que también podrán llevarse a casa como deliciosos souvenirs a través de la tienda de Palacio de Avilés.
Sin duda una apuesta que viene a completar la ya imponente lista de productos asturianos con la que agasajamos los eventos, celebraciones o simplemente las estancias en cualquiera de nuestros espacios abiertos al público, como son: La Capilla, el Seagrams´s Gastrobar y la Taquería Mexicana Sol Querétaro. Nuestra apuesta principal sigue estando clara: km 0, tradición y cercanía.
Recuperamos pues ese aroma a obrador añejo, a mantequilla, a canela, pero sobre todo a calidad que, al final de los noventa dejó de impregnar la esquina donde confluían la Calle Alfonso III (Calleja los Cuernos, para los nativos) y la calle la Cámara para ubicarlo un poquito más arriba, en la Plaza de España, donde se halla el Hotel Palacio de Avilés.
Esperamos que esa sensación vuelva a transportar a aquellos años a los que vivieron el esplendor de Galé y genere un nuevo recuerdo dulce, que, no edulcorado necesariamente, a pituitarias venideras.
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